HOLA

SE QUITA LA MÁSCARA

La actriz, que fue Estocolmo en «La casa de papel», posa espectacular con joyas de POMELLATO Habla de las luces y sombras de la fama mundial, de sentir el síndrome del impostor y de su gran cambio, la maternidad

ha dado el embarazo y la maternidad es que no todo está en mi mano, que hay cosas que no puedo controlar y, simplemente, tengo que fluir con ellas. Yo pensaba que esto me iba a preocupar, veía el parto como el final de la experiencia y realmente la «doula» con la que viví este proceso me dijo: «El parto es el inicio de todo», y así ha sido.

—Vamos, que no ha sido como pensabas.

—De repente, en este inicio, tengo tanta energía puesta en que ella esté bien, que esté feliz, que nos organicemos bien en casa, que fluyamos con todo lo que va viniendo, que nos podamos cuadrar cuando hay un trabajo, cuando no lo hay…, que, sinceramente, el cuerpo, a nivel estético, ha pasado a un lugar bastante atrás en mi cabeza. Yo misma pensaba que me iba a preocupar más de lo que me está preocupando. No obstante, decidí durante el embarazo ocuparme y sí estuve entrenando. A partir de las seis semanas empecé a trabajar el suelo pélvico, el abdomen… No hay prisa tampoco.

—Te graduaste en Ciencias del Deporte. ¿Nunca pensaste en dedicarte profesionalmente?

—Llevo haciendo teatro toda la vida y quería ser actriz, pero vengo de una familia cero explotada en la parte de la artes, entonces, claro, mi madre me decía: «Eso no es un trabajo, es un “hobby”». Y como soy bastante cabezona y trabajadora, pues terminé, me licencié y, de hecho, hice dos especialidades. Primero la de enseñanza, que di clase en un instituto, y luego hice actividad física para discapacidades y estuve trabajando en el hospital de Toledo. Estuve muy vinculada, pero al mismo tiempo no acababa de soltar el teatro y lo artístico y llegó un momento que estaba a tope y hubo que elegir. En ese momento tenía, por fortuna, un proyecto que podía sostenerme y elegí la interpretación. Y la elijo cada día porque es muy inestable, pero este es el camino con el que siento que estoy en mi lugar.

—Has luchado, te ha costado llegar… ¿Alguna vez te planteaste tirar la toalla?

—Sí, he pensado en tirar la toalla, de hecho, probablemente más de una y dos veces.. Es que es muy difícil compaginar una obra de teatro con un rodaje y tienes que hacer mil encajes para que al final de mes te lleguen los números. Hubo un momento que me llegó una oferta para trabajar en una cadena de televisión como reportera, les dije en el «casting» que yo no soy reportera y estuve trabajando un año, y para mí eso fue lo más parecido a decir «dejo la profesión». Y, bueno, salí de ahí, de hecho, con la primera prueba que hice para «La casa de papel».

—¿Has sentido alguna vez el síndrome del impostor?

—Sí, muchísimo. No lo sé, pero creo que va ligado a todo lo artístico. De hecho, rodando ya la tercera o cuarta temporada de «La casa de papel», mi pesadilla, cada vez que me llegaba una secuencia que a mí me parecía difícil de rodar, era llegar al set y que dijera el director: «Nos confundimos al cogerte a ti, teníamos que haber elegido a otra». Creo que siempre va ligado a esta sensación de querer encontrar algo tan perfecto que, probablemente, es difícil de encontrar, y por el camino tienes de repente un día que te dices: «No soy lo suficientemente buena, a lo mejor no estoy haciendo esto bien». Pienso que la única manera de combatirlo, que no sé si de vencerlo, es practicar y practicar.

—En «La casa de papel» mantenías una historia de amor con Denver, a quien daba vida el actor Jaime Lorente. ¿Le has felicitado por su próxima paternidad?

—Pues justo cruzamos mensajes hace unos días, porque todavía no hemos presentado a nuestras bebés. Y estábamos diciendo que a ver si conseguíamos coincidir en Madrid todos y juntar a las niñas y supongo que ahí ya quería darme la noticia. Esperaré a que me lo cuente.

—Eres divertida, extravertida, eres una mujer atractiva, ¿te sentiste en algún momento el patito feo?

—Te agradezco mucho que me veas así, porque soy muy tímida y tengo muchas vergüenzas. Imagínate eso en versión adolescente. Y también que me

digas que soy guapa, pero ten en cuenta que mi belleza, sea cual sea, no es clásica, entonces yo en el cole y en el instituto no solo era el patito feo. Yo he sido objeto de «bullying» en más de una ocasión. Tengo un pelo que ninguna de mis amigas tenía ni nadie del cole tenía, era más alta… y en ese momento, que lo único que quieres es ser igual que los demás, pues es difícil ser un poco diferente. Y encima no me gustaban las cosas que le gustaban a muchas niñas. A mí me gustaba hacer deporte e ir al cine. Ser distinto, que a día de hoy, me parece enriquecedor y maravilloso, sea por mi pelo o por mis gustos, cuando tienes trece años es duro.

—¿Cómo lidiaste con eso?

—Sentía que no acababa de encajar y eso de que te hicieran bromas con tu aspecto físico era un poco complicado. Ahora mismo, estoy más segura de mí misma, más fuerte, más mayor y, por supuesto, más empoderada, y plantaría cara a algunos comentarios, pero en ese momento, básicamente, bajaba mi cabecita y seguía caminando. Ya estaba en el grupo de teatro y ahí encontré que ese era mi lugar, porque me sentía libre.

—¿Qué importancia tiene el amor en tu vida?

—Muchísima. En muchas vertientes, pero creo que el amor te da un impulso de vida y de energía brutal. Hacia las personas, hacia lo que haces, hacia los seres que te rodean… El amor de alguna manera, rebota hacia ti.

—En el amplio sentido de la palabra, ¿eres una mujer romántica?

—Sí, y además una romántica más clásica de lo que a mí me gustaría incluso —ríe—.

«Creo que tenía muy idealizadas algunas cosas de la maternidad. Pensaba en bebés sonrientes, felices y durmiendo casi todo el rato, y me ha llegado a la vida un torbellino»

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2023-02-01T08:00:00.0000000Z

2023-02-01T08:00:00.0000000Z

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