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BELÉN RUEDA comparte con ¡HOLA! sus sentimientos más profundos, de madurez, maternidad y salud mental

«Todo lo que he vivido anteriormente me ha servido para ser quien soy ahora. Me gustaría que a mis hijas también les sirviera»

Texto: LUIS NEMOLATO Fotos: JAVIER ALONSO/GTRES Estilismo: ROBERTO SIGUERO

DECÍA Borges que la belleza es

un hermoso misterio que no se descifra ni con psicología ni con retórica. Sin embargo, basta una conversación en torno a un café y a un pitillo para darnos cuenta de que, con Belén Rueda, no hay jeroglíficos que valgan. Ella es luminosa y transparente como un rayo de luna sobre una copa de Martini. La frase es del clásico de Norman Jewison «Hechizo de luna», pero sirve que ni pintada para escribir a esta actriz con el «allure» del Hollywood clásico. Una mujer que parece frágil como el cristal, límpida, grácil, casi como una muñequita de cabellos dorados, pero que, ante un azar terrible del destino, se descubre casi como modelada en acero. Como si la serenidad de su mirada ocultara, en realidad, un triste pasado que la ha convertido en algo también traslúcido pero inquebrantable: como una piedra de pedernal. A Belén le fastidia sobremanera que la tilden de «fuerte» o de «valiente». Lo es, pero esa cualidad parece la patente de corso para que tenga que aguantar carros y carretas. Y los ha aguantado, que conste. Le ha pasado lo más duro que una madre puede sufrir, pero eso no significa que, a partir de ahí, tenga que seguir cargándolo todo sola sobre sus hombros. No es necesario ni justo. Con mucho esfuerzo y trabajo, personal y profesional también, ha llegado donde está como actriz y como mujer. Irradia paz y sabiduría y eso lo lleva a cada uno de sus personajes. Y también a su conversación. Su hija mayor, Belén, seguirá sus pasos y dice de ella que pocas veces ha visto a alguien con tanta identidad. Ella también tiene que luchar por su sitio, y la sombra de la «reina del grito», como se la apoda a Belén en la profesión, si no la manejas, puede ser aniquiladora. Hablamos con la

actriz de «El Orfanato», «Mar Adentro» y «La ermita», su próxima película, en la que Casmara le ofrece esa «ayudita extra» para estar aún más fabulosa, que le oxigena la piel y, por qué no, también aminora heridas.

«Mis hijas me llaman “doña cremas” (risas), pero es que necesitas que la piel no sufra tanto…». Porque ya lo hace ella por todos. Empezó en el puro entretenimiento. ¿Quién no recuerda aquella naturalidad aplastante que derrochaba con Emilio Aragón? Y, aunque en televisión siguió manteniendo el pulso de la comedia, el cine le dio una gravedad tan profunda como el mar. «Transmites la serenidad de alguien que ha conseguido la paz interior», le damos el pie. «Bueno, quizás eso sea ahora. Los años te dan esa templanza… Yo hice cine tarde. Mi primera película fue con cuarenta años. Esta profesión es como una especie de huracán, que te llega y te cambia la vida, pero, cuando el torbellino llegó a mí, yo ya tenía una historia».

Pasará las Navidades en Madrid, con sus hijas. Ahora, está rodando en el País Vasco, donde, dice, se ha «asilvestrado» gracias al campo y el mar. Su último proyecto tiene la culpa. Un filme de género, o sea, de terror, en el que subyace la complicada relación de una madre y una hija, y que le obliga a llevar una especie de deformidad en la cara. Exacto, otra película que será de culto y que no hace sino fomentar su leyenda de «scream queen».

El sobrenombre le hace gracia, pero es una «etiqueta como tantas otras». Belén explica: «¿Que por qué me gusta tanto el cine de terror? Porque es muy potente y se cuentan visualmente realidades que ocurren dentro de nuestra cabeza. Que una las vive como reales, pero que son fantásticas y, sin embargo, también, muy unidas a sentimientos y a emociones humanas. Son historias que sacan a la luz nuestros fantasmas».

A ella, personalmente, le ponen la adrenalina a mil y le sirven, por qué no, como terapia. «¿Por qué existe el miedo?», nos interpela. «Porque te pone frente a una puerta y no sabes qué hay al otro lado. Pero, si lo piensas, una vez abierta, solo pueden suceder dos cosas: uno, que lo que haya al otro lado no te asuste y puedas con ello o dos, que te dé miedo, pero que no te quede otra que afrontarlo. En resumen, la puerta hay que abrirla siempre». Y lo que podría entenderse como valentía o fortaleza, para Belén es otra «maldita» etiqueta. «Te pasa de todo en la vida. A veces, no cualquier cosa… Cosas muy dolorosas, muy grandes, que te dejan ahí una herida para siempre con la que tienes que convivir cada día. Y hay quien te dice: “Bueno, tú puedes, tú eres una valiente”. Así que, como tú puedes y como tú eres una valiente, ya puedes hacerlo todo sola. Pues no, no y no. Las valientes sufren. Sienten dolor. Esa etiqueta no exime de la inseguridad ni de la tristeza ni de nada. A los que nos ponen esa etiqueta no nos gusta vivirla solos tampoco». De ahí que Belén reivindique la importancia del autoconocimiento, de la salud mental. La pequeña, Lucía, está estudiando Psicología; la mayor, Interpretación. Vamos, que las dos manejan el alma humana como herramienta de trabajo. «Hablamos muchísimo de eso. Yo no doy consejos. Pero hablar es lo natural en casa. Lo que sentimos, lo que no sentimos, lo que queremos, lo que no… A mí todo lo que he vivido anteriormente me ha servido para ser quien soy ahora. Me gustaría que a ellas también».

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2022-11-30T08:00:00.0000000Z

2022-11-30T08:00:00.0000000Z

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